Almanzor, primer ministro del califato omeya de Córdoba, España
Abu'āmir Muḥammad ibn'Abdullāh ibn Abi'āmir al-ma'afiri (árabe: أبو عامر محمد بن عبد الله بن أبي عبد الله بن أبي عامر المعافري), apodado al-manṣūr (árabe: المنصور, "el victorioso"), generalmente llamado Almanzor (c. 938 - 8 de agosto de 1002), fue un militar árabe andalusí musulmán, estadista. Como canciller del califato omeya de Córdoba y hajib (chambelán) del débil califa Hisham II, Almanzor fue el gobernante de facto de la Península Islámica.
Nacido en una alquería a las afueras de Torrox en el seno de una familia de origen árabe yemení con algunos antepasados jurídicos, ibn Abi ʿĀmir partió a Córdoba siendo aún joven para formarse como faqīh. Después de unos comienzos humildes, se unió a la administración de la corte y pronto se ganó la confianza de Subh, madre de los hijos del califa Al-Hakam II. Gracias a su patrocinio y a su propia eficiencia, rápidamente amplió su papel. Durante el califato de Al-Hakam II, ocupó varios cargos administrativos importantes, incluido el de director de la casa de la moneda (967), administrador de Subh y sus hijos, administrador de intestado herencias e intendente del ejército del general Ghalib ibn Abd al-Rahman (973). La muerte del califa en el año 976 marcó el inicio de la dominación del califato por parte de este funcionario, que continuó más allá de su muerte con el gobierno de dos de sus hijos, Abd al-Malik al-Muzaffar y Abd al-Rahman Sanchuelo, hasta 1009. Como chambelán del califato (desde 978), ejerció un poder extraordinario en el estado de al-Andalus, en toda la península ibérica y en parte del Magreb, mientras el califa Hisham II quedaba reducido casi a una figura decorativa. Su portentoso ascenso a el poder ha sido explicado por una sed insaciable de dominio, pero el historiador Eduardo Manzano Moreno advierte que “debe entenderse en el marco de las complejas luchas internas que se desarrollaron al interior de la administración omeya”. Profundamente religioso, recibió el apoyo pragmático de las autoridades musulmanas para su control del poder político, aunque no sin tensiones periódicas entre ellas. La base de su poder fue su defensa de la yihad, que proclamó en nombre del Califa. Su imagen de paladín del islam sirvió para justificar su asunción de la autoridad gubernamental. Habiendo monopolizado el dominio político en el califato, llevó a cabo profundas reformas tanto en la política exterior como interior. Realizó numerosas campañas victoriosas tanto en el Magreb como en la Península Ibérica. En la península, sus incursiones contra los reinos cristianos detuvieron temporalmente su avance hacia el sur.