El XVII Concilio de Toledo se reunió por primera vez el 9 de noviembre de 694 bajo el rey visigodo Egica. Era el tercer concilio del rey y estaba dirigido principalmente, al igual que el decimosexto, contra los judíos, por quienes Egica parece haber sentido una profunda desconfianza y disgusto.
El rey abrió el sínodo afirmando que había oído noticias de judíos que derrocaban a sus gobernantes cristianos en el extranjero y que los judíos ibéricos estaban conspirando con estos primos para acabar con la religión cristiana de una vez por todas. Por lo tanto, el concilio decretó en su octavo canon que todos los judíos, excepto los de Narbonense, serían privados de sus propiedades, que serían entregadas a los esclavos cristianos, y se esclavizarían ellos mismos. Sus esclavistas eran elegidos por el rey y debían estar obligados por contrato a no permitir nunca más la práctica de la religión judía. Sin embargo, es casi seguro que, al menos en algunas partes de España, estas normas no se aplicaron estrictamente; aunque en otros, ciertamente lo eran.
El consejo trató de proteger la vida de la reina y los niños de Egica después de su muerte, sabiendo el daño que podría ocurrir a la familia real durante una sucesión, y los obispos ordenaron oraciones por sus almas.
Las actas del cabildo siguen siendo la mejor fuente de información de su época en la historia de España.